epígrafe

Jesús es la respuesta
siempre y cuando
la pregunta no sea
cuál es el peso atómico del cadmio.

–Ángel Ortuño.

26 de septiembre de 2010

Anti-advertising guerrilla 8




Z se deja crecer la barba porque una chica en una fiesta le dijo que se le vería bien.
Ahora, dos meses después, no ha vuelto a ver a la chica de la fiesta, ni siquiera recuerda su nombre.
Se mira al espejo y no está muy convencido, lejos de parecer bajista de una banda de rock indie, más bien tiene aspecto de terrorista de CNN.
Decide rasurarse y sale tarde para el trabajo.
En el camino siente corrientes de viento cruzándole la cara; se mira en el reflejo de la ventana del microbús y siente que se ve como el pato Lucas cuando le disparan y se le cae el pico.
Cuando por fin llega al trabajo sólo le quedan tres minutos para subir al noveno piso y marcar su tarjeta.
El vigilante del edificio lo detiene antes de llegar al elevador y le pide una identificación.
Z lo mira un momento, sonríe y después pone su credencial de elector a dos centímetros de la nariz (siempre ha tenido problemas con la autoridad, pero los policías de juguete le causan gracia). El vigilante le pregunta cuál es su asunto. La sonrisa de Z desaparece. –Trabajo aquí desde hace dos años.
El vigilante entorna los ojos como si intentara reconocerlo. Z mira el reloj, le queda un minuto con treinta y cuatro segundos, después mira el contador que en números rojos le avisa que el elevador está en el piso 11. El policía de Playmobil comienza a decir algo pero Z lo fulmina con la mirada y corre escaleras arriba.
En el sexto piso le empieza a faltar el aliento, en el séptimo le tiemblan las piernas, en el octavo se encuentra a una mujer que sube sin ninguna prisa y bloquea todo el pasillo.
Z carraspea porque siempre ha pensado que ese es el equivalente peatón a tocar el claxon de un coche. La mujer no se da por enterada.
A Z no le queda otra que esperar a que la mujer llegué al piso 9 para poder entrar a su oficina a marcar la tarjeta, le quedan diecisiete segundos.
Corre por el pasillo y la recepcionista lo sigue con la mirada.
Llega al checador cuando aún quedan tres segundos.
Una mano lo aferra por el hombro. Es el vigilante del edificio. –No puede pasarse así caballero, tiene que registrarse antes de subir.
La recepcionista llega corriendo tarda unos segundos en recuperar el aliento, después señala a Z mientras mira al vigilante –Él no trabaja aquí.
A Z le gustaría que la estupidez doliera para que la gente se despabilara por instinto. Respira hondo.
–Trabajo aquí desde hace dos años.
La recepcionista niega automáticamente.
Lo siguiente es que Z es arrastrado fuera del edificio. Durante todo el trayecto en el elevador, forcejea con los tipos de seguridad y grita que ha trabajado durante dos años en el edificio, que sólo se rasuró.
Ya en la calle, compra un cigarro suelto en el puesto de periódicos de siempre. La mujer tampoco lo reconoce.
Camina para tomar el transporte de regreso a casa. En el parabús hay una chica que se le queda viendo. Z empieza a sentirse incómodo y trata de evitar contacto visual con ella. Da la espalda y se asoma a la calle fingiendo que quiere ver si el autobús se aproxima.
Ya en el interior de éste, la chica se sienta junto a él. –Hola. ¿no te conozco de algún lado?
Z la mira con atención, sí le parece conocida. Va abrir la boca pero la chica se le adelanta –Claro, eres el tipo con el que estuve platicando en la fiesta de M, te dije que te verías muy bien si te dejaras la barba ¿ya te acordaste?

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