epígrafe

Jesús es la respuesta
siempre y cuando
la pregunta no sea
cuál es el peso atómico del cadmio.

–Ángel Ortuño.

16 de septiembre de 2010

Quinto círculo del infierno: COSTCO




Z batalla para avanzar con el carrito de súper.
Unos niños juegan delante de él arrojándose paquetes de vasos desechables.
Z sonríe y entra al pasillo de Artículos para el hogar para rodearlos y continuar con lo suyo.
Cuando llega al final, encuentra a los mismos niños, arrojándose paquetes de toallas femeninas. Esta vez la sonrisa le sale forzada.
Gira el carrito ciento ochenta grados y regresa por el pasillo; después se encamina a la sección de Artículos para baño y en la intersección entre Congelados y Panadería, encuentra de nuevo a los niños, que esta vez se arrojan paquetes de medio kilo de tiras de pollo precocidas. Uno de ellos falla al intentar atrapar el paquete que el otro le arroja y éste le da de lleno en la cara.
La bolsa cae al suelo seguida por un reguero de gotitas de sangre que manan de la nariz del niño.
Z voltea a un lado y otro del pasillo buscando a los padres pero no ve a nadie.
El niño al que le sangra la nariz, abre uno de los congeladores, toma un bote de helado napolitano de 2 litros y se lo arroja con todas sus fuerzas al otro, que recibe el golpe en las rodillas.
Z espera que alguno de los dos empiece a llorar pronto para que sus padres, o en su defecto los empleados del supermercado se den cuenta de lo que ocurre; pero ninguno de los niños llora.
El que fue golpeado por el bote de helado, mira al otro con rabia y avanza cojeando hasta uno de los estantes de la panadería, dejando tras de sí pequeñas huellas cafés, rosas y blancas.
Toma unas pinzas para pan, corre hacia el niño de la nariz sangrante y se las clava en el estómago.
Z se queda inmóvil en su sitio sin poder articular una sola palabra.
El niño forcejea durante 13 segundos para desencajar las pinzas del estómago de su hermano. Cuando por fin lo logra, uno de los intestinos se estira enredado en las pinzas como una serpiente grisácea y brillante.
Z trata de dar la vuelta y correr, de gritar para pedir ayuda pero no puede. En cambio los niños se fijan por primera vez en su presencia y empiezan avanzar hacia él lentamente, uno cojeando y dejando huellas de helado napolitano y el otro arrastrando su intestino con las pinzas para pan atoradas en un extremo.
Z hace acopio de toda su fuerza de voluntad y logra estirar la mano y tomar del interior de su carrito una lata de chocolate en polvo.
Las pinzas para pan se atoran en las ruedas de un carrito que alguien abandonó a medio llenar y el niño con los intestinos expuestos no puede seguir avanzando. El otro en cambio, se acerca peligrosamente a Z blandiendo una charola metálica.
Z trata de retroceder pero el niño da un salto y lo golpea en la cara. Z queda aturdido por unos segundos y el niño aprovecha para hundirle el borde de la charola en los testículos.
A Z se le llenan los ojos de agua y siente que un calambre helado le sube por la espina dorsal.
Antes de clavar las rodillas en el suelo, Z descarga todo el peso de la lata en la cabeza del niño.
A sus espaldas se escuchan los gritos histéricos de una mujer y pasos que se acercan haciendo ruido de caballos.
Lo siguiente es una lluvia de golpes que caen en ráfagas sobre Z. Son los guardias de seguridad del súper mercado a los que segundos más tarde se une la madre de los niños que se quita un zapato y golpea a Z en el costado clavándole el tacón.
El charco de sangre va creciendo debajo de Z y un pequeño hilo rojo se mezcla con el helado napolitano que se derrite en el piso.

5 comentarios:

  1. Ni en mis peores pesadillas se me habría ocurrido esto

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  2. wow algo así te iba proponer, niños malvados, pero que padre manera de adelantarteme, hacía mucho que algo no me gustaba tanto

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  3. Yo por eso digo que si hay que rezar, hay que rezarle a san Herodes.

    P. de V.: pinches-chamacos... mocosos

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  4. Posdata: me tuvo al borde del asiento.

    P. de V.: guts

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