Despertar 30. Final de temporada

Z despierta y mira una carretera oscura que se desliza bajo las ruedas del coche en el que viaja. Levanta la cabeza buscando algún letrero que indiqué cuantos kilómetros faltan para llegar a Veracruz y sólo ve una cortina de tinta negra que se mantiene siempre tres metros delante del auto. Palpa los bolsillos de la chamarra buscando los cigarros y sin aviso unos faros encendidos se abren como ojos de avispa en el interior de la cortina de tinta negra. Z escucha un rechinar de llantas y piensa fugazmente en Dead proof de Tarantino mientras todo empieza a dar vueltas.
Se aferra con fuerza al respaldo del asiento. A cada giro, el espacio entre el techo del auto y la cabeza de Z se reduce 3 centímetros.
El mundo es una mezcla de amarillos, grises y ocres que colapsan y se mezclan. Z maldice el cinturón de seguridad que no se puso, a la mujer que lo convenció de no viajar en autobús, a los imbéciles que salen a carretera sin saber manejar.
Todo se detiene.
Z sigue con cada músculo en tensión, está convencido de que está muerto. Cuando se atreve a abrir los ojos, mira cientos de diminutos fragmentos de parabrisas que cubren su pantalón de mezclilla y piensa en escamas, en peces muertos; le parece lógico que un pez que está en el interior de una lata de sardinas aboyada en medio de la carretera esté muerto.
Z piensa en Big eyed fish de Dave Mathews.
A lo lejos escucha sirenas de ambulancia.