Lo primero que te enseñan en la escuela primaria es a tomar distancia por tiempos.
Pasas horas enteras en un patio aprendiendo a alejarte de los demás, a no involucrarte.
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Arrastras una maleta y azotas la puerta. Me asomo por la ventana para verte desaparecer en una esquina y pienso en las películas donde la gente agitaba pañuelos cuando los barcos y los trenes se alejaban con música triste hacia el horizonte.
En el radio una mujer habla de cómo dios le curó la diabetes y hay periódicos de ayer entristeciendo las banquetas.
En el edificio de enfrente, las cámaras de vigilancia transmiten el mundo en gris para una silla sin vigilante y en la calle unos dedos temblorosos tratan de hacer funcionar un encendedor.
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El fin del mundo estaba marcado para el viernes en la agenda de dios con las palabras formatear disco duro.
El cielo falso que alguien había construido sobre nosotros empezó a desprenderse y pedazos de cartón enormes cayeron derrumbando edificios y bloqueando avenidas.
Estallaron volcanes inactivos que resultaron ser hormigueros gigantes. Hombres con los ojos llenos de antorcha salíeron de sus casas y caminaron en línea recta hasta hundirse en el mar. Países enteros fueron arrasados por el mal de Alzheimer.
Sólo hubo dos sobrevivientes:
La mujer que hacía de Ginger en La Isla de Gilligan y el dibujante que escondió la palabra SEX en una escena de El Rey León.
[FOTO: Skylines. ®Lau Lu Cas, 2009]
